El deseo en en la terapia (apuntes Lacanianos)

¿Cuántos terapeutas se necesitan para cambiar una bombilla?

“¡Uno solo, pero la bombilla tiene que querer cambiar de verdad!”.

Este chiste, muy popular en los 70 y 80, puede parecer simple, pero encierra una idea bastante extendida: la terapia solo funciona si la persona quiere cambiar. En ese contexto, si alguien como Woody Allen estuvo en terapia durante cuarenta años, era fácil pensar que, en el fondo, él no deseaba realmente cambiar. Este tipo de pensamientos solían atribuir toda la responsabilidad al paciente.

Pero Lacan plantea algo completamente distinto. Para él, el paciente no quiere cambiar, y es lógico que sea así. Los síntomas no son solo un problema; también cumplen una función, ofrecen una forma de “satisfacción sustitutiva”. Por eso, aunque alguien diga que quiere librarse de ellos, a menudo estará decidido a no sacudir demasiado las aguas.

Un síntoma puede parecer algo desagradable o molesto desde fuera, pero para quien lo vive, suele ser su única vía para obtener cierta satisfacción.

En otras palabras, el individuo puede llegar a disfrutar, en algún nivel, de sus propios síntomas. Entonces, ¿qué sentido tendría renunciar a la única forma de satisfacción que tiene?

Desde una perspectiva freudiana o lacaniana, esto queda claro: no existe un deseo genuino de cambiar por parte del paciente. Al contrario, muchas veces llegan a terapia porque no tienen ganas de hacer nada, sienten su libido apagada o simplemente su deseo está agonizando. En estas condiciones, ¿cómo podría ese deseo ser el motor del cambio?

Aquí entra en juego el deseo del terapeuta. Lacan dice que es el deseo del terapeuta, no el del paciente, el que mueve el proceso terapéutico. Sin embargo, muchos terapeutas se sienten incómodos expresando cualquier tipo de deseo. Algunos ni siquiera llaman a sus pacientes cuando estos faltan a una sesión, argumentando que tienen derecho a abandonar. Pero lo que a menudo no ven es que el deseo del paciente por continuar puede fluctuar o desaparecer, y es en esos momentos cuando el deseo del terapeuta resulta crucial para sostenerlos.

Incluso pequeñas expresiones de ese deseo por parte del terapeuta pueden ser suficientes para mantener a ciertos pacientes en terapia. Un simple “nos vemos la semana que viene” puede invitar a alguien a seguir adelante, incluso cuando cree que no tiene nada más que decir o siente que está estancado. Este apoyo puede ayudar al paciente a atravesar los momentos de inercia o bloqueo.

En algunos casos, el terapeuta necesita ser más enérgico. Puede ser necesario expresar claramente su deseo de que el paciente continúe, o sugerir aumentar la frecuencia de las sesiones. El terapeuta actúa como un catalizador, ofreciendo una continuidad que el paciente no siempre puede sostener por sí mismo.

El deseo del terapeuta juega un papel fundamental.

En el caso de pacientes neuróticos, el terapeuta debe mostrar siempre su deseo de que continúen, incluso si siente que ya han terminado su trabajo. Los pacientes deben decidir por sí mismos cuándo abandonar. Si esto nunca ocurre, podría significar que el terapeuta está fomentando una dependencia en lugar de guiar hacia la independencia.

Segun Lacan, este rol del terapeuta como actor que interpreta un papel requiere mantener cierta distancia respecto a sus emociones personales. Aunque un paciente pueda parecerle desagradable o irritante, el terapeuta no debería expresar estos sentimientos, ya que podría generar reacciones contraproducentes en el paciente. De igual manera, tampoco debería expresar atracción o interés personal.

Películas y medios a menudo muestran a terapeutas que cruzan los límites de la relación terapéutica, ya sea por soledad o vulnerabilidad. Lacan, sin embargo, exige que los terapeutas dejen a un lado sus sentimientos personales y adopten una posición de deseo puro. Este “deseo del terapeuta” no se trata de planificar el futuro del paciente ni de tener expectativas personales, sino de mantener una apertura hacia el trabajo analítico sin imponer una agenda específica.

El “deseo del terapeuta” no se dirige hacia un objeto específico ni le dice al paciente qué hacer o decir. Es un deseo que enfatiza las manifestaciones del inconsciente y orienta el trabajo terapéutico hacia lo que emerge espontáneamente. Esta actitud permite que el paciente explore y descubra sin sentirse guiado hacia un destino predeterminado.

En la práctica, un terapeuta, ya sea un psicólogo en el Prat de Llobregat o en cualquier otro lugar, debe ser consciente de que su papel trasciende los límites habituales de las relaciones interpersonales. Se trata de un compromiso con el proceso terapéutico que exige disciplina y dedicación. El terapeuta debe estar presente para sostener al paciente incluso en los momentos en los que este no quiere continuar o se siente bloqueado.

Este tipo de deseo es enigmático y abierto, y requiere un largo periodo de formación y análisis personal para poder sostenerse. Sin embargo, Lacan lo considera la fuerza que impulsa todo el proceso terapéutico.

Si nos detenemos a pensar en la importancia del terapeuta como una figura clave en el análisis, queda claro que su rol no es solo el de un facilitador. Un psicólogo en el Prat de Llobregat, por ejemplo, puede convertirse en un pilar fundamental para el cambio del paciente, siempre y cuando sepa cómo manejar ese “deseo puro” que Lacan describe. Este deseo no está condicionado por las emociones personales del terapeuta, sino que se centra exclusivamente en el proceso terapéutico.

El deseo del terapeuta es el motor que mantiene el análisis en marcha, un deseo que no busca resultados específicos ni exige respuestas concretas.

Este enfoque, aunque desafiante, es esencial para permitir que el paciente explore, cuestione y eventualmente transforme su relación con sus propios deseos y síntomas. Mantener esta dinámica requiere una comprensión profunda del proceso y un compromiso constante con el paciente.

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