El terapeuta como causa (apuntes Lacanianos 7)

Cuando pensamos en el rol del terapeuta dentro de un proceso terapéutico, surge la pregunta de qué lugar debe ocupar el terapeuta en tal proceso.

Lacan nos advierte que el terapeuta no debe posicionarse ni como un Otro simbólico ni como un otro imaginario. Pero, entonces, ¿cuál es su rol?

En las primeras etapas de la terapia, los pacientes tienden a despojarse de la responsabilidad de sus lapsus y errores, atribuyéndoselos al terapeuta. Por ejemplo, pueden decir: “Eres tu quien siempre encuentra significados oscuros en todo lo que digo”.

Al principio, estos equívocos suelen percibirse como simples accidentes o fallos de atención. Sin embargo, con el tiempo, el paciente empieza a reconocer que estos lapsus tienen un significado más profundo y, eventualmente, asigna al terapeuta un rol crucial: el de causa.

El paciente llega a pensar que los sueños, fantasías y lapsus no solo son significativos, sino que están dirigidos al terapeuta.

El psicólogo en El Prat de Llobregat puede escuchar frases como “Soñé contigo ” o “Tuve este sueño porque sabía que venía a verte” ilustran cómo el terapeuta se convierte en el motor de estas producciones inconscientes. En este sentido, el terapeuta no solo interpreta estos fenómenos, sino que es percibido como su causa.

Lacan introduce aquí la idea de “objeto a”. Cuando el terapeuta es visto como alguien semejante al paciente, se le asigna el rol de otro imaginario (con una “a” minúscula). Si se le percibe como una figura de autoridad, como un juez o un padre, se le asigna el rol de Otro simbólico (con una “A” mayúscula). Pero cuando el terapeuta es considerado la causa de las formaciones del inconsciente, se le sitúa como un objeto “real”, el objeto a.

La función del terapeuta como causa tiene una importancia fundamental en el desarrollo de la terapia. Al ocupar esta posición, el terapeuta facilita que el paciente se enfrente a sus propios conflictos internos y patrones de comportamiento.

Este rol no estático implica que el terapeuta debe ser capaz de adaptarse a las proyecciones del paciente sin permitir que estas definan la relación terapéutica. Más bien, estas proyecciones deben utilizarse como una herramienta para explorar el mundo inconsciente del paciente.

Una vez que el terapeuta ocupa esta posición de causa, la relación terapeuta suele experimentar un cambio significativo.

Las manifestaciones iniciales de amor de transferencia o “transferencia positiva” pueden dar paso a emociones menos agradables. El paciente podría sentir que el tereapeuta se ha convertido en una figura intrusiva, “bajo su piel”, generando incomodidad, tensión o incluso hostilidad. Estos sentimientos son indicativos de que la terapia está avanzando hacia un punto nodal.

Este cambio de tono es una señal de progreso, aunque pueda ser desconcertante tanto para el paciente como para el terapeuta. La incomodidad y la tensión que surgen son una manifestación de que los conflictos profundos del paciente están saliendo a la superficie. En este punto, es crucial que el terapeuta mantenga su posición y permita que estas emociones se expresen plenamente, sin intentar suavizarlas o reprimirlas.

Esta situación es poco común en los enfoques no lacanianos, donde muchos terapeuta evitan este tipo de confrontación. Sin embargo, Lacan considera que este es precisamente el momento crucial de la terapia. Es aquí donde el terapeuta puede aplicar la “palanca” que permite levantar el síntoma y generar un cambio real.

La transferencia negativa, aunque a menudo temida y evitada, no es más que la otra cara de la transferencia de amor.

Como Lacan nos recuerda, el amor y el odio están profundamente entrelazados. Sin embargo, muchos terapeutas se esfuerzan por neutralizar estas emociones negativas, considerándolas inapropiadas o contraproducentes. Este enfoque puede limitar el progreso del paciente, ya que evita trabajar con los sentimientos de agresión e ira que surgen en la relación terapéutica.

Freud, en contraste, describe el análisis como una lucha entre el médico y el paciente, entre el intelecto y la pulsión. Esta batalla tiene lugar en el terreno de la transferencia, que ofrece una oportunidad invaluable para hacer visibles y actuales los impulsos inconscientes del paciente. Solo enfrentando estas emociones en la relación con el analista es posible elaborarlas y agotarlas.

En este sentido, la transferencia negativa no debe verse como un obstáculo, sino como una oportunidad para profundizar en la terapia. La agresión y la hostilidad hacia el psicólogo son expresiones de conflictos internos que necesitan ser explorados y elaborados. Ignorar o minimizar estos sentimientos equivale a perder una valiosa oportunidad terapéutica.

Para que la transferencia sea efectiva, el terapeuta debe permitir que el paciente proyecte sobre él toda una serie de emociones relacionadas con figuras significativas de su vida.

Esto incluye tanto afectos positivos como negativos. Sin embargo, el terapeuta no debe adoptar una posición de rechazo o aprobación hacia estas proyecciones. En lugar de decir cosas como “No soy su padre” o “Tu estás proyectando”, el psicólogo debe centrarse en el contenido de la proyección y fomentar que el paciente lo ponga en palabras.

Este enfoque requiere una gran habilidad y sensibilidad por parte del psicólogo en El Prat de Llobregat. Al centrarse en el contenido de la proyección, el terapeuta ayuda al paciente a establecer conexiones entre sus pensamientos y sentimientos actuales y las experiencias pasadas que les dieron origen. Este proceso de elaboración es esencial para que el paciente pueda comprender y resolver sus conflictos internos.

Así mismo, el terapeuta también debe ser consciente de que las proyecciones del paciente pueden variar a lo largo del tiempo. En un momento, el terapeuta puede ser percibido como una figura parental autoritaria; en otro, como un igual o incluso como un objeto de deseo. Estas fluctuaciones reflejan la complejidad del mundo interno del paciente y ofrecen una valiosa oportunidad para explorar sus dinámicas psíquicas.

El concepto de “causa del deseo” es fundamental en la obra de Lacan.

Cuando el terapeuta se posiciona como causa en el fantasma del paciente, se abre la posibilidad de modificar este fantasma. Este cambio es esencial para que el paciente pueda liberarse de los patrones repetitivos que sostienen sus síntomas y avanzar hacia una transformación duradera.

El fantasma fundamental, como lo llama Lacan, es una estructura que organiza el deseo del analizante y da sentido a sus síntomas. Al situarse como causa del deseo, el terapeuta permite que el paciente confronte esta estructura y explore las fantasías y conflictos subyacentes que la sostienen. Este proceso puede ser desafiante y, a menudo, genera resistencia por parte del paciente. Sin embargo, es a través de esta confrontación que la terapia puede llevar a una transformación profunda y duradera.

Así pues, el rol del terapeuta como causa no es solo interpretar las formaciones del inconsciente, sino convertirse en el motor que permite al paciente confrontar sus conflictos más profundos. Este proceso, aunque desafiante, es esencial para el éxito de la terapia y para el crecimiento del paciente.

La posición del terapeuta como causa del deseo también implica una responsabilidad significativa. Debe ser capaz de sostener la transferencia, tanto positiva como negativa, y utilizarla como una herramienta para explorar y resolver los conflictos del paciente. Al hacerlo, el terapeuta facilita un proceso de transformación que va más allá de la simple resolución de síntomas y permite al paciente alcanzar una mayor comprensión y autonomía en su vida.

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