Sentir profundamente (Apuntes de Mindfulness y Gestalt 10)

Instagram, TikTok, los reels, los vídeos de 10 segundos, el scroll infinito de las redes sociales, la inmediatez, la hiperactividad, la superficialidad y la desconexión con nuestro cuerpo a causa de este entorno, muchas veces hiper-digital, en el que vivimos, hace que el concepto de sentir profundamente se convierta en una práctica esencial para recuperar el contacto con la experiencia viva.

No se trata solo de percibir nuestras sensaciones físicas, sino de hacerlo con una actitud de escucha, presencia y disponibilidad para acoger aquello que el cuerpo quiere comunicarnos.

Esta forma de estar con uno mismo, propuesta desde el Mindfulness y compartida en su esencia por la Gestalt, invita a transformar el cuerpo de simple contenedor pasivo a fuente activa de conocimiento y guía emocional.

Sentir profundamente, si lo hacemos acompañados de un psicólogo en El Prat de Llobregat o OnLine, implica habitar el cuerpo desde dentro, no como observadores distantes sino como protagonistas conscientes de lo que allí sucede.

Esta práctica nos lleva a explorar con atención zonas del cuerpo que se muestran vivas, receptivas, y también aquellas que se presentan como ausentes o tensas.

No hay ninguna expectativa de cambio; el objetivo no es eliminar el malestar, sino sostenerlo y comprenderlo.

Este enfoque, centrado en la presencia compasiva, abre la puerta a una transformación orgánica de la experiencia.

Desde el marco de la Gestalt, el cuerpo es considerado el escenario principal del “aquí y ahora”, el lugar donde se despliega la realidad emocional y donde se manifiesta aquello que aún no ha sido integrado verbalmente.

Cuando somos capaces de conectar con una opresión en el vientre, con un hormigueo en los brazos o con una resistencia sutil en el pecho, no solo le estamos poniendo nombre: estamos dando espacio y reconocimiento a partes de nosotros mismos que a menudo han sido silenciadas.

Este tipo de atención también actúa como un puente hacia la memoria emocional.

Al sentir profundamente, a menudo emergen recuerdos, creencias o imágenes que revelan el origen de patrones de conducta o pensamiento arraigados. Es el cuerpo quien abre el camino, y no la mente analítica.

Esta vía de acceso directo, si se da acompañada por un psicólogo en El Prat de Llobregat o OnLine, favorece procesos terapéuticos o de autoconocimiento profundos, sin necesidad de un discurso elaborado, y permite la integración de aspectos internos que hasta entonces quedaban relegados a la periferia de la conciencia.

El valor de esta práctica no se agota dentro de la consulta terapéutica o en un curso de Mindfulness o de crecimiento personal. En la vida cotidiana, sentir profundamente puede ayudarnos a detectar límites personales, reconocer emociones incipientes y evitar respuestas impulsivas, entre otros beneficios.

En el ámbito relacional, mejora la empatía y la capacidad de estar presentes con el otro, sin proyectar ni huir de lo que sentimos. Y en el ámbito profesional, especialmente en tareas que implican acompañamiento o creatividad, nos mantiene conectados con la fuente viva de donde nace la intuición y la claridad.

De esta manera, sentir profundamente no es solo una técnica. Es una forma de habitarnos con más verdad, una vía de acceso a una escucha interna que da voz a la sabiduría del cuerpo.

Cuando nos abrimos a esta escucha, no solo mejora nuestra regulación emocional y nuestra capacidad de respuesta: también se transforma la relación con nosotros mismos y con el mundo.

Esta práctica nos invita a volver a casa, al lugar donde la presencia y la autenticidad tienen raíces profundas. Y es desde este enraizamiento que puede comenzar un cambio real, sostenible y coherente con quienes somos.

En el cuento de Hara podemos escuchar cómo el cuerpo puede convertirse en una vía privilegiada de acceso a la memoria emocional y al cambio personal. La protagonista, Hara, que participa en un grupo de Mentoría en Mindfulness, vive dos experiencias en las que la escucha profunda de las sensaciones corporales le permite conectar con partes no integradas de su pasado y abrir un proceso de transformación interior.

Una de estas experiencias se produce mientras se dirige hacia su trabajo. Hara nota un hormigueo en el estómago. En lugar de huir de esta sensación, como solía hacer, decide detenerse, cerrar los ojos y respirar profundamente. Esta actitud de apertura le permite mantenerse en contacto con la sensación, y es entonces cuando emerge un recuerdo clarísimo: ella con 14 años, las manos manchadas de pintura, y su madre al lado con un rostro severo. La escena se completa con una frase tajante: “Estas distracciones no te llevarán a ningún lado.”

Este momento de conexión con una memoria emocional antigua —activada a través del cuerpo— hace que Hara tome conciencia de una creencia interiorizada: que lo que hace no tiene valor. La palabra “distracciones” se revela como una etiqueta profunda, silenciosa pero constante, que ha condicionado su manera de percibir sus propios proyectos e intereses creativos.

Vemos cómo la sensación corporal activa una memoria emocional y una creencia limitante. Y que, gracias a ello, Hara empieza a cuestionar la validez de esa creencia y se abre un proceso de revalorización de lo que hace. Esta escena muestra cómo la presencia en el cuerpo puede facilitar la aparición de aspectos ocultos e iniciar un proceso de cambio.

En otra escena, Hara comparte con Miquel su revelación: la dificultad para comprometerse con proyectos proviene de una idea arraigada de que todo lo que hace son “distracciones” sin valor real. Cuando Miquel responde con palabras de reconocimiento y validación, Hara siente un impulso inicial de huir de esa incomodidad, de desviar la conversación hacia temas más ligeros.

Pero, fiel a su compromiso de practicar sentir profundamente, decide quedarse con las palabras, dejar que la atraviesen y sentirlas en el cuerpo. Observa cómo esas palabras se arraigan lentamente en ella, y cómo la tensión en el vientre comienza a ceder. Esta respuesta corporal confirma que algo dentro de ella se está reconfigurando.

Aquí vemos cómo el reconocimiento recibido desestabiliza una creencia antigua, pero, en lugar de huir del malestar natural que genera cualquier cambio, este es acogido con presencia. Se inicia así una transformación del propio relato interno, a partir de la escucha del impacto corporal de la comunicación.

Lo que escuchamos en el cuento de Hara es cómo el cuerpo habla en momentos aparentemente insignificantes, y cómo sentir profundamente nos da acceso a mensajes que pueden transformar nuestro relato de vida. En lugar de huir de la incomodidad o buscar respuestas mentales inmediatas, Hara elige quedarse con la sensación, abrirse a lo que hay y escuchar.

Esta práctica, aparentemente sencilla, se convierte en un gesto valiente y radical de reconocimiento y cambio.

Como vamos viendo, sentir profundamente es una práctica que permite acceder a una capa de experiencia emocional que a menudo queda oculta bajo el discurso racional o las respuestas aprendidas. Tanto desde el Mindfulness como desde la Gestalt, este concepto implica escuchar el cuerpo desde dentro, con presencia, sin prisa y sin intención de cambiar nada.

Cuando, en proceso de crecimiento personal o de terapia con un psicólogo en El Prat de Llobregat, la persona aprende a sostener lo que emerge —sea una tensión, una opresión o una ausencia de sensación— desde esta actitud, se puede generar un espacio de claridad e integración que favorece procesos de cambio profundo.

Por ejemplo, podemos utilizar esta escucha profunda en el caso de una persona que llega a terapia, a un taller de crecimiento personal o a una mentoría en Mindfulness, con la sensación de vivir “apagado”. Explica que le cuesta saber qué siente en diferentes situaciones y que, a menudo, responde a las demandas externas sin saber si realmente quiere hacerlo.

En un momento dado, el terapeuta, psicólogo o mentor detecta que, mientras habla de su trabajo, hace una pausa y baja la mirada. En ese instante, se le puede proponer llevar la atención hacia el cuerpo y notar qué sucede en ese momento, sin buscar ninguna respuesta concreta.

Para ayudarle a indagar se le puede preguntar:

  • Si te detienes un momento y observas tu cuerpo ahora mismo, ¿qué notas?
  • ¿Esa sensación tiene alguna forma, textura o movimiento?
  • ¿Hay alguna emoción que se acerque si te quedas con esa sensación un poco más?

De esta manera, la persona tiene la oportunidad de identificar una presión en el pecho que reconoce como familiar. Al sostenerla con atención, comienzan a aparecer recuerdos y emociones de frustración vivida, por ejemplo, en el entorno laboral. El cuerpo se convierte en puerta de entrada a un mundo emocional que no tenía palabras, facilitando un trabajo de autoconocimiento más profundo y conectado con su realidad interna.

Otro ejemplo podría ser el de una mujer de mediana edad que expresa que siempre intenta mantenerse fuerte ante los demás. Dice que no llora desde hace años y que, aunque siente que algo le pasa, “prefiere no entrar ahí para no desbordarse”.

Puede ocurrir que, en una sesión, al hablar de una pérdida reciente, la paciente se detenga y diga que “no quiere empezar porque sabe que no podrá parar”. Aquí podemos invitarla a no forzar ninguna emoción, sino a, poco a poco, sentir lo que hay, ya sea una ausencia, una tensión o una resistencia.

Para acompañarla, se le puede preguntar:

  • Cuando hablas de esto, ¿dónde lo sientes más claramente en tu cuerpo?
  • ¿Puedes quedarte un rato con esa sensación, sin necesidad de ir más allá?
  • ¿Qué cambia si no fuerzas nada, pero tampoco cierras el acceso a lo que se está moviendo?

En el proceso de escucharse con amabilidad, la paciente puede comenzar a notar, por ejemplo, un peso en la garganta. Y, al sostenerlo, tal vez las lágrimas comiencen a aparecer suavemente. Sin necesidad de romperse ni de contenerse, puede vivir la tristeza desde un lugar de presencia y autoaceptación.

Un último caso podría ser el de una paciente con cargos de responsabilidad que presenta dolores musculares persistentes e insomnio. En las sesiones, se muestra activa y racional, pero poco conectada con el cuerpo y su mundo emocional.

Durante una sesión, se le puede proponer hacer una pausa y simplemente sentir el cuerpo: dónde hay tensión, dónde hay espacio, cuál es su ritmo respiratorio. Sin interpretar, solo sentir.

Para ayudarla a focalizar la atención se le puede preguntar:

  • Si cierras los ojos ahora, ¿qué parte del cuerpo llama más tu atención?
  • ¿Puedes poner la atención sin querer cambiar nada, solo sintiendo?
  • Si esa sensación pudiera hablar, ¿qué te diría?

De este modo, la persona puede tener la oportunidad de reconocer una tensión sostenida en los hombros que, al ser observada, se relaciona con una sensación de responsabilidad que no puede soltar. Y, a través de este proceso, puede comenzar a identificar patrones internos de sobreexigencia y se abre la posibilidad de poner límites desde el autocuidado.

Vemos pues, que en contextos de terapia, de crecimiento personal o de mentorías, sentir profundamente puede convertirse en una vía hacia una escucha corporal y emocional más genuina. Cuando aprendemos a sostener lo que sentimos, sin prisa ni juicio, se crea un espacio donde la transformación puede emerger desde dentro, de manera orgánica y respetuosa con nuestro propio ritmo.

La invitación a sentir profundamente nos devuelve a un lugar a menudo olvidado pero esencial: el del contacto vivo con lo que somos y lo que vivimos, momento a momento.

Esta práctica no es un ejercicio más, ni una técnica añadida a la lista de cosas por hacer, sino una actitud de escucha que nos reconecta con la verdad de nuestro cuerpo, con la emoción presente y con el valor de no saber exactamente qué surgirá, pero poder estar dispuestos a escucharlo igualmente.

Cuando aprendemos a sentir profundamente, dejamos de ir automáticamente hacia el pensamiento y nos abrimos a la sabiduría que habita en las sensaciones sutiles. Esto nos ayuda a reconocer aquello que nos mueve, a identificar nuestros límites reales y a sostener emociones que antes podríamos haber evitado, reprimido o racionalizado. Nos permite, simplemente, estar con lo que es, sin añadir ni quitar nada.

Como hemos visto, este recurso puede ayudarnos a entender qué necesitamos realmente en situaciones de conflicto, de cambio o de inseguridad, por ejemplo. Y es que, cuando nos detenemos a escuchar lo que dice el cuerpo antes de tomar una decisión, antes de responder a alguien o antes de seguir con una rutina que nos aleja de nosotros mismos, nos abrimos a la posibilidad de responder desde la coherencia y la presencia, y no desde la reactividad.

Acostumbramos a vivir en entornos donde predomina la mente analítica, la prisa o la productividad. En estos ambientes, sentir profundamente puede aportar un contrapunto valioso: una manera de reconocer el desgaste antes de que se cronifique, de afinar la intuición en procesos creativos o de comunicarnos con nuestro entorno desde la presencia, con más empatía y autenticidad.

Cuando un profesional de los cuidados o del acompañamiento se escucha de verdad, no solo trabaja mejor: también se relaciona mejor, tanto con los demás como consigo mismo.

Cabe destacar que el acto de volver al cuerpo para escucharlo con respeto y curiosidad, como se propone en el Mindfulness y la Gestalt, no tiene como objetivo controlar o modificar, sino acoger.

Es a través de esta acogida que se produce la transformación: no forzada, sino natural. No dirigida, sino surgida del contacto con la experiencia real.

Sentir profundamente no es un fin en sí mismo, sino un medio para vivir con más claridad, libertad y responsabilidad.

Cuando cultivamos esta capacidad, las decisiones se vuelven más alineadas con aquello que cuida y que nos cuida, las relaciones también se vuelven más genuinas y nuestra vida interna puede ser un lugar más habitable.

No hace falta esperar a tener grandes espacios de calma para empezar: un instante de pausa antes de responder, un momento de atención a una tensión corporal o una respiración consciente pueden ser el punto de inicio.

Sentir profundamente es una práctica accesible, transformadora y profundamente humana. Es volver a casa, una y otra vez, sabiendo que lo que encontraremos no siempre será cómodo, pero siempre será real. Y es en esa realidad donde empieza la vida plena.

 

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