Hace tiempo que la sociedad occidental, y cada vez más todo el mundo, se está convirtiendo en un entorno que nos exige rapidez, eficacia y una respuesta inmediata.
Este ritmo sostenido puede llevarnos a funcionar desde la cabeza, desconectados de lo que realmente sentimos, de nuestras necesidades de pausa y descanso, y reaccionando de manera automática o evitando mirar hacia dentro.
En este contexto, la práctica de nombrar las sensaciones puede ser un gesto sencillo pero muy transgresor: una invitación a detenernos y poner palabras a lo que nos pasa por dentro, a través del cuerpo.
Este acto, el de poner nombre a las experiencias corporales, no tiene como objetivo clasificar ni entenderlo todo de manera analítica, sino crear un espacio de reconocimiento y presencia. Ya sea solos o de la mano de un psicólogo en El Prat de Llobregat o OnLine.
Cuando, al nombrar lo que sentimos, decimos “tensión”, “vacío”, “calor” u “opresión”, no estamos juzgando ni intentando resolver nada, sino que estamos abriendo una rendija de luz sobre aquello que a menudo queda oscurecido por la urgencia o el desconocimiento.
Es como si el hecho de nombrarlo permitiera ver con más claridad y, al mismo tiempo, establecer una distancia amable respecto a la experiencia, suficiente para no quedar atrapados en ella.
En la práctica del Mindfulness, esta actitud se fundamenta en la observación respetuosa del momento presente. Nombrar las sensaciones nos ayuda a sostener la experiencia sin la reacción impulsiva habitual, regulando así el impacto emocional de situaciones difíciles. El simple gesto de reconocer “ahora mismo noto una presión en el pecho” puede ser la diferencia que nos lleve a actuar impulsados por la incomodidad o responder desde un lugar más consciente y en calma.
En la Gestalt, por su parte, se considera fundamental el desarrollo de la conciencia corporal y la atención al “qué pasa ahora”. Y nombrar las sensaciones es una forma de integrarlas dentro del campo de la conciencia, dándoles forma sin forzar su significado.
Este proceso facilita la identificación de patrones internos y, al mismo tiempo, favorece el contacto directo con la experiencia.
Al decir lo que sentimos, desde el cuerpo, se inicia a menudo una transformación: la sensación se mueve, cambia, o revela capas más profundas. La palabra no congela, sino que da visibilidad y fluidez.
Este recurso puede ser especialmente útil en momentos de estrés, de conflicto o de bloqueo emocional. Y es que, cuando una sensación o emoción no identificada nos domina, ponerle nombre puede actuar como un mecanismo de regulación: pasamos de ser “presa de la sensación” a ser observadores activos. Esto, a su vez, nos facilita comunicarnos con más claridad y autenticidad, tanto con nosotros mismos como con los demás.
Como veremos, al ser acompañados por un psicólogo en El Prat de Llobregat, nombrar las sensaciones es, en definitiva, una práctica de alfabetización emocional corporal. Nos permite construir un vocabulario interno que da forma a lo que antes era solo confusión o ruido de fondo. Y es en este gesto aparentemente sencillo donde comienza un cambio profundo: un cambio que no nace de querer transformar lo que sentimos, sino de la disposición a reconocerlo tal como es. Esta mirada lúcida y respetuosa hacia el interior nos puede ofrecer una brújula nueva para navegar nuestras experiencias con más presencia, comprensión y libertad.
Esto lo podemos ver en el cuento de Hara, que nos ofrece una mirada clara e íntima sobre cómo poner nombre a las vivencias corporales puede ser una práctica transformadora.
En el cuento, podemos escuchar cómo, durante una conversación con sus padres sobre la empresa familiar, Hara recibe un comentario recurrente por parte de su padre, que pone en duda su constancia.
Este tipo de observación, que habitualmente generaba en ella una reacción impulsiva de defensa y frustración, es acogida esta vez de una manera diferente. Hara hace una pausa interna y, en lugar de responder automáticamente, dirige su atención hacia el cuerpo. Allí detecta, y nombra internamente, una tensión, una sensación de ahogo en el pecho y una impresión de debilidad profunda.
Este proceso de nombrar lo que siente le permite identificar capas más profundas de su experiencia emocional: bajo la rabia inicial, hay una sensación de pérdida de fuerza y un vacío asociado a la percepción de no estar a la altura de las expectativas de los demás. A partir de este reconocimiento, puede comunicarse desde un lugar más auténtico, compartiendo no solo su malestar, sino también su vulnerabilidad.
Vemos entonces cómo, poner nombre a las sensaciones, revela emociones ocultas detrás de una respuesta habitualmente reactiva. Esto permite romper el patrón defensivo y abrir un espacio de diálogo honesto. El nombramiento interno de las sensaciones actúa como herramienta de regulación emocional y como puente para una comunicación más genuina.
Más adelante en el cuento, escuchamos cómo Hara, motivada por el efecto de esta experiencia, decide incorporar la práctica de nombrar sensaciones de manera más sistemática.
Inicia un ejercicio en el que, a lo largo del día, escribe en su diario todas las sensaciones que aparecen, con la voluntad de describirlas con detalle y diferenciar sus matices. No solo dice “tensión” o “vacío”, sino que se propone explorar la calidad, intensidad y localización concreta de cada sensación.
Con el tiempo, descubre que su vocabulario emocional se expande. Aprende a distinguir sutilezas entre diferentes formas de malestar y también a reconocer sensaciones de bienestar que antes le pasaban desapercibidas. Hacer esto se convierte en una brújula para orientarse internamente: cuando detecta que una sensación se intensifica, ponerle nombre reduce la reactividad y le permite sostenerla con más serenidad.
El hecho de escribir y nombrar las sensaciones facilita la autoobservación regular y el autoconocimiento. De esta manera se puede desarrollar una relación más amable y lúcida con el cuerpo, las sensaciones y las emociones, aportando claridad y estabilidad emocional.
En el cuento escuchamos cómo nombrar las sensaciones puede modificar la relación con uno mismo y con el entorno. Es un proceso donde la comprensión y el cambio se vuelven posibles.
Esta capacidad de nombrar las sensaciones es también un recurso a tener en cuenta en contextos terapéuticos o de autoconocimiento.
Es una práctica que facilita el contacto directo con la experiencia vivida y favorece la toma de conciencia. Tanto en el marco del Mindfulness como en la Gestalt, este acto de poner palabras a lo que emerge del cuerpo se convierte en una puerta de entrada a procesos de regulación, comprensión y transformación interna.
Veamos entonces tres situaciones en las que el nombramiento de las sensaciones juega un papel importante.
Una puede ser durante una sesión de terapia con un psicólogo en El Prat de Llobregat o OnLine, o Mentoría en Mindfulness, donde un hombre comenta que a menudo, cuando discute con su pareja, siente que se ahoga, pero no sabe si está enfadado, triste o simplemente cansado. Expresa sentirse “enredado” emocionalmente.
En casos como este, el terapeuta, mentor o psicólogo OnLine, puede invitar a la persona a llevar la atención hacia el cuerpo en el momento de recordar una discusión reciente. Cuando hace esto, aparecen sensaciones: tensión en la mandíbula, una opresión en el pecho y frialdad en las manos. Así, puede poner nombre a cada una de estas sensaciones, sin prisa ni necesidad de acertar.
Para ayudarle en este proceso se le puede preguntar:
- Si pudieras describir con una palabra la sensación en el pecho, ¿cuál sería?
- Ese frío en las manos, ¿con qué emoción te resuena más?
- ¿Te parece que hay alguna voz interna o pensamiento que acompaña estas sensaciones?
De esta manera, a través del proceso de nombrar, la persona tiene la oportunidad de identificar una mezcla de, por ejemplo, miedo y frustración que hasta entonces no había sabido distinguir. Y este reconocimiento abre la posibilidad de poder expresarse con más claridad en las discusiones y de entender mejor su patrón relacional.
Otro caso práctico podría ser el de una mujer que llega a un grupo de crecimiento personal después de una semana de cambios emocionales intensos. Explica que pasa de la euforia a la tristeza con facilidad, pero no sabe qué le ocurre realmente. “Me siento desbordada, pero no sé por qué.”
El mentor, el guía o el psicólogo, puede proponerle una práctica de pausa y escucha corporal. En este proceso, a medida que la persona observa su cuerpo, aparecen diversas sensaciones: latido acelerado, nerviosismo en las piernas, ojos húmedos. Quien la acompaña la invita a nombrar estas sensaciones una por una, como si las escribiera para sí misma.
También se le puede preguntar para ayudarla a indagar:
- ¿Cómo describirías esta sensación en las piernas?
- Si los ojos húmedos tuvieran una voz, ¿qué dirían?
- ¿Qué cambia dentro de ti cuando puedes poner nombre a lo que sientes?
Con este pequeño y breve ejercicio, la persona tiene la oportunidad de descubrir que bajo la euforia había una necesidad de reconocimiento y, bajo la tristeza, una sensación de soledad. El hecho de poner nombre a cada estado le permite ordenar el caos emocional y comenzar a identificar patrones que se repiten.
Y un último caso de entre muchos posibles, podría ser el de un hombre que comenta que a menudo se alarma ante cualquier molestia corporal: un pinchazo, un hormigueo o una sensación nueva en el cuerpo. Estas percepciones desencadenan pensamientos catastrofistas y un aumento del malestar, que no sabe cómo gestionar.
En este caso se le puede guiar en una exploración de las sensaciones presentes en ese momento. En lugar de analizarlas o buscar causas médicas, se le invita a describir la sensación con más detalle: la zona afectada, la intensidad, la textura. El trabajo se centra en nombrar la sensación tal como es, sin añadirle una interpretación ni anticipar una consecuencia.
Se le puede preguntar:
- ¿Dónde se ubica exactamente esta sensación en tu cuerpo ahora mismo?
- Si pudieras describirla como si fuera un objeto, ¿cómo sería?
- ¿Qué pasa con tu miedo cuando te limitas a observar y poner nombre a la sensación, sin intentar controlarla?
Con la práctica, la persona puede empezar a diferenciar entre la sensación real y la narrativa que proyecta. El hecho de nombrar las sensaciones como un hecho físico y presente puede ayudarle a disminuir la ansiedad y a reconocer sus pensamientos como hipótesis, no como verdades.
Igual que en prácticas anteriores, la práctica de nombrar puede ser una vía para construir una relación más lúcida y amable con la propia experiencia corporal.
Esta práctica, cuando se cultiva con regularidad y respeto, puede ser una herramienta de acompañamiento para regular la emoción, deshacer patrones reactivos y recuperar la confianza en la capacidad de sostener lo que se vive.
Nuestro cuerpo a menudo queda relegado a un segundo plano o se ve desbordado por la urgencia del día a día. Aprender a nombrar las sensaciones es una práctica esencial para vivir con más presencia, autoconocimiento y equilibrio. El poder poner palabras a lo que pasa dentro del cuerpo no es solo una práctica de conciencia, sino también un acto de responsabilidad con nosotros mismos y nuestro entorno. Es empezar por reconocer qué nos pasa, antes de intentar entenderlo o cambiarlo.
Es un gesto que nos devuelve al momento presente, al contacto directo con nosotros mismos. Y cuando somos capaces de hacerlo con constancia, se transforma en una forma de habitar la vida con más autenticidad.
Nos ayuda a salir del piloto automático, a detectar las señales tempranas del cuerpo que nos alertan de límites, emociones o necesidades que quieren ser escuchadas. Y nos hace más disponibles para nosotros mismos y, consecuentemente, para los demás y para el planeta.
Hay que aprender a transitar los momentos difíciles con más claridad. No se trata de evitar el malestar, sino de darle forma y espacio para evitar reacciones impulsivas y sostener lo que vivimos con más dignidad y compasión.
Es una práctica que nos empodera y nos hace más responsables a la hora de gestionar conflictos o sostener la complejidad humana. Ya sea si trabajas en el ámbito de la educación, de la salud, o eres el líder de una empresa o proyecto, esta práctica puede ofrecerte un apoyo muy valioso, ya que nos ayuda a diferenciar lo que sentimos de lo que pensamos, y a comunicarnos con más precisión y respeto. Cuando sabemos qué nos pasa y podemos decirlo, dejamos de proyectar o actuar desde la confusión. Esto genera entornos más conscientes, más respetuosos y más sostenibles emocionalmente.
Cabe remarcar que el valor de poner nombre a las sensaciones no está en la sofisticación del lenguaje, sino en la voluntad de escuchar el cuerpo con sinceridad y de darle espacio en nuestra experiencia cotidiana. Es un acto de presencia, de reconocimiento y, en última instancia, de libertad: porque aquello que podemos nombrar, también lo podemos sostener, entender y, si es necesario, transformar.
Para incorporar este recurso no hacen falta grandes conocimientos ni condiciones especiales. Solo hay que parar, sentir y, con la máxima honestidad posible, ponerle una palabra o una frase. Y cada vez que lo hacemos, damos un paso más hacia una vida vivida con más conciencia, más claridad y más coherencia.
Por todo ello, te animo a hacer del acto de nombrar las sensaciones una práctica habitual. Porque las palabras que ponemos a lo que sentimos pueden ser las llaves de una vida más plena, más presente y más fiel a lo que realmente somos.
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Aleix Boronat Monfort
Director y fundador de l’Espiral. Terapeuta Gestalt, Formador y Mentor en Mindfulness y Miembro adherente de la AETG. Formación en Psicoterapia Integrativa (programa SAT). Formado en técnicas psico-corporales (Yoga, Shiatsu y Movimiento, Bioenergética y Movimiento Auténtico).