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Una historia de creencias, amor y compasión.

Los psicólogos y Terapeutas Gestalt que trabajamos en l’Espiral, nos encontramos cada día con historias dónde las creencias tienen un fuerte impacto en la vida de las personas. Quiero compartiros una historia en dónde, por supuesto, se ha cambiado el nombre del protagonista y se ha tergiversado suficientemente los datos (además de contar con su permiso) como para no poder ser reconocido.

Durante unos dos años en l’Espiral se acompañó un joven llamado Pol que estaba muriendo de cáncer.

Pol era gay y había sido practicante de Mindfulness por mucho tiempo. Sufría de fuertes dolores y también de un miedo profundo. Fue criado en una familia profundamente cristiana y del OPUS, y los Mandamientos de un Dios castigador le habían sido literalmente metidos a la fuerza por un cura que predicaba lo del “fuego y azufre” en caso de pecar. Pol vivía con este mito. Había una parte de Pol que, mientras se acercaba a su muerte, creía que Dios lo condenaría por la eternidad al infierno debido a su orientación sexual. Esa era la historia que lo atormentaba, casi más que los dolores físicos.

No es sorprendente que las costumbres culturales enterradas durante mucho tiempo y la formación religiosa temprana resurjan repentinamente en el momento de la muerte, incluso si la persona ha tratado deliberadamente de dejar atrás esas creencias. La creencia que se hacía fuerte en sus últimas semanas de vida era que Pol era intrínsecamente malo y que iba a ser castigado.

Desde l’Espiral lo acompañamos, Pol recibía tratamiento médico y acompañamiento profesional desde el hospital, y con nosotros practicaba Mindfulness para la compasión. No hubo ningún cambio. Pol estaba profundamente perturbado. Daba vueltas en un mundo de confusión, vergüenza y temor.

Escapa Creencias

Las prácticas de Mindfulness parecían no funcionar, y por alguna razón desconocida, pensé en mi primera comunión, el ritual católico que lleva a los jóvenes inocentes al regazo de Dios. Cuando llegué a casa, busqué en una caja con los recuerdos que guardo con cariño de cuando era niño. Allí encontré una pequeña cadena con una cruz que me dieron cuando hice la comunión. Hoy en día no me considero católico, pero son de esos recuerdos que uno guarda de ciertos momentos.

En la siguiente sesión de Mindfulness, reemplacé la vela que servía para llevar la atención y desarrollar la conciencia y la reemplacé por la cruz. Cuando Pol entró en la habitación y vio la cruz sus ojos se clavaron en ella y una sonrisa angelical se extendió por su rostro mientras miraba a ese pequeño Jesús crucificado en la diminuta cruz. Todo su cuerpo se relajó.

En ese momento, el Dios castigador de la infancia de Pol -aquel cuya ira le habían enseñado a temer y cuyo juicio le había hecho sentirse una persona terrible- se transformó en el Dios misericordioso que él también conocía y amaba: aquel que amaba a todos sus hijos sin importar sus llamados «defectos y faltas», un Dios bondadoso y perdonador, que todo lo aceptaba y era benevolente.

Matthew estaba aprisionado por una historia que la cultura, o parte de ella, le había transmitido a través de sus padres. Y fue capaz de soltarla. ¿Qué lo hizo posible? El poder curativo del amor. Se le recordó el amor y se le invitó a aceptarlo. Y así es, cuando podemos conectarnos de alguna manera con el campo vivo del amor, las historias que sostenemos pierden su poder.

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