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Una historia sobre la práctica liberadora de la Atención Plena Encarnada

Esta es la histórica (suficientemente modificada como para mantener su completo anonimato y con su permiso) de un hombre que realizó una versión individual del curso de Mindfulness La Presencia Encarnada que realizamos en nuestro centro de Psicoterapia y Mindfulness de El Prat de Llobregat, como una forma de entrar en el desierto, de abrazar la vida no vivida.

Él y su hermana llevaban más de cinco años distanciados. Él había tenido un accidente de coche y se había vuelto adicto al alcohol, y ella lo había revelado (aunque había prometido no decírselo a nadie). Ella afirmaba que intentaba ayudar; él se sentía traicionado, sentía que ella se estaba entrometiendo y faltándole el respeto, pero en realidad era una relación de por vida: ella era su hermana mayor y, a lo largo de su vida, él siempre se sintió victimizado cuando ella decía: «No lo estás haciendo bien». Esa era la relación entre estos dos hermanos.

Incluso después de dejar el alcohol no podía deshacerse de la sensación de traición, y rumiaba mucho sobre ello. Este era su trance. Se quedó atrapado en la ira, la culpa, el juicio y la rumiación. Y este patrón no sólo se dio con su hermana; se sintió defraudado, decepcionado, etc. por otras personas. Pero ella era el foco principal de las sesiones.

Con el tiempo, se negó a asistir a las reuniones familiares y eso creó una especie de cisma. Ella se enfadó con él porque le dijo: «Ahora no sólo estás dañando nuestra relación, sino también a nuestros padres y a nuestra familia. Eres tan egoísta, tan rígido, ¿por qué no puedes perdonar?» Ella seguía siendo su hermana mayor, y seguía diciéndole que debía ser diferente, así que, por supuesto, él se atrincheró aún más y profundizó en su resolución de apartarla de su vida. «La única manera de sanar es si me deshago de ella” podía llegar a decir.

Sucedió que la única hija de ella -sobrina de él- se comprometió programando su boda para el año siguiente. Él recibió una nota muy cariñosa de su sobrina con quien, en el pasado, había tenido una muy buena relación. En la nota ella le pedía que fuera a la boda. Así que tuvo algunos meses para reflexionar sobre esto. Pero estaba en un dilema.

En este momento fue cuando, pidiendo la ayuda de un psicólogo o Terapeuta Gestalt, acabó practicando Mindfulness en l’Espiral. Cuando llegó estaba obsesionado: «Ella hizo mal; y si cedo, entonces es como decir que está bien que me trate así». Él tenía la sensación de que sólo recibiría más y más del mismo trato degradante.

Ahí es donde decidimos practicar un poco de atención plena centrada en el cuerpo para poder reconocer hasta qué punto estaba en esa situación. Con el paso de las sesiones podía decir: “De acuerdo, el trance es: Soy una víctima; estoy siendo degradado», podía sentir la obsesión, la culpabilidad, etc.

Después trabajamos para que se quedara ahí un rato, con eso, que hiciera un espacio, y que intentara no añadirle juicios. Ponerse, en la medida de lo posible, en ese lugar del Testigo que tan bien se trabaja en la Disciplina de Movimiento Auténtico.

Y luego le invitamos a investigar. “¿Qué hay en mi cuerpo debajo de eso?” Para él, era el calor de la ira y la sensación de alejamiento, luego de lo cual volvía a sus pensamientos normales; pero entonces seguíamos diciendo: «No, investiga. ¿Qué sientes en tu cuerpo? Deja que los sentimientos sean tan grandes como son”; eso ayuda a investigar cuando quieres encarnarte. Sus sentimientos eran muy explosivos, eran energías que sentía muy destructivas.

Cuando dejó que todo eso ocurriera, llegó a lo que llamó una especie de dolor, un lugar de llanto, un sentimiento de vergüenza y maldad; y era un poco vacío, y doloroso -era el lugar donde básicamente estaba el mensaje de su hermana, «No estás haciendo la vida bien».

Siguió investigando, y fue entonces cuando empezó a nutrir con bondad ese lugar. Ese sitio, ese espacio vacío, lloroso y avergonzado. Y comenzó a sentir que lo que ese espacio necesitaba era sólo esa presencia y esa bondad.

A medida que lo hacía, empezó a describir que ese lugar hueco se volvía cada vez más tierno, vivo, cálido, y lleno de luz. Así que se le invitó a: » Está bien, descansa. Sólo sé. No hay nada más que hacer«. Y fue en su ser que sintió como si todo su cuerpo se iluminara. Sintió que se iluminaba con una energía que no había sentido desde que podía recordar, y cuando abrió los ojos, sus ojos estaban increíblemente brillantes y vivos.

La vida no vivida para él era el dolor y la vergüenza que estaban encerrados en su cuerpo y que habían estado ahí por mucho tiempo. Pero, claro, volvió a ponerse en modo víctima culpable, y tuvo que volver a hacer practicar muchas, muchas veces; pero cada vez que practicaba se familiarizaba más con ese camino hacia el desierto de su cuerpo.

Aunque uno esté acompañado por un psicólogo o un Terapeuta Gestalt experto en Mindfulness, al principio, es muy difícil, porque hemos pasado años y años sin ir allí.

¿Qué es lo que no estás dispuesto a sentir?

Un sabio preguntó: «¿Qué es lo que no estás dispuesto a sentir?». Todos tenemos una vida no vivida. Y hay dificultad para entrar, y tenemos que ser realmente pacientes. La práctica de la Atención Plena Encarnada tiene muchas, muchas vueltas.

Pero la buena noticia es que con cada ronda te familiarizas más con ese camino de vuelta a casa, de vuelta a la plenitud. Y si te tomas el tiempo después de hacer un poco de Atención Plena Encarnada, de Movimiento Auténtico o de Yoga Sensible al Trauma solo para descansar, para realmente dejarte llevar, para no hacer nada (recuerda que es el controlador el que disocia), los momentos en que estás despierto en tu cuerpo y no haces nada, son momentos de libertad.

Esos son los momentos en los que puedes empezar a sentir ese ser, ese espíritu que realmente lo invade todo.

Al final, si fue a la boda. En una foto se veía que sonreían entre lágrimas; se podía sentir la profundidad de lo que hizo esa reconciliación. Esa ida al desierto del cuerpo le permitió reestablecer una conexión que era preciosa.

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