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La «Cultura del Trastorno de Estrés Post Traumático»

Carol Peterson, que trabaja en el departamento de psicología de la universidad de Terranova, en Canadá dice que tenemos una «cultura del TEPT». Una cultura del Trastorno de Estrés Post Traumático, cuya expresión dominante es la ansiedad.

Los trastornos de ansiedad son los más extendidos en todo el mundo. Y mientras que algunas personas sienten ansiedad de una forma realmente extrema, con síntomas graves, la mayoría de la gente tiene “sólo” algunos, y se desencadena en algunos momentos de su vida más que otros.

Síntomas de la ansiedad tales como: sentirse tenso, nervioso o al límite. Sensación de temor. Rememorar experiencias negativas. No poder dormir. Pensar demasiado en una situación. Inquietud. Incapacidad para concentrarse. O fijarse en lo que irá mal en uno mismo. Pese a que muchos de los pacientes no reportan, específicamente, un problema de ansiedad, muchos de estos síntomas están muchas veces presente.

Con la ansiedad conviven todas las proyecciones del tipo «¡mi amigo ya no quiere que seamos amigos!» Proyectamos cosas.

Muchas veces es lo que más cuesta en un proceso terapéutico cuando se solicita ayuda a un psicólogo El Prat experto en Mindfulness, pero la transformación profunda que es posible alrededor de la ansiedad es dejar que la ansiedad sea un portal.

Lo que se van aprendiendo poco a poco los que asisten a nuestros talleres de Mindfulness o asisten a psicoterapia, es empezar a aprender a abrirse a la ansiedad de una manera que realmente cambie nuestro sentido de quiénes somos. Nos convertimos en el océano; y hay olas, pero… hay espacio para ellas.

«Si no hay barro, no hay loto»

Empezamos nuestro viaje para trabajar con la ansiedad con la actitud, la sabia comprensión, que a veces se describe como «si no hay barro, no hay loto».

Si no hay energías agravantes con las que realmente estamos aprendiendo a estar, no descubrimos la presencia que puede ser tan rica y plena y despierta. Podemos aprender a dejar que la ansiedad sea un portal.

Si estás escuchando y sabes que te haces más pequeño con la energía de la ansiedad, entonces el compromiso no es cómo la adormeces. Es: ¿Cómo se convierte en un portal para el despertar de la conciencia? ¿Cómo puede tu ansiedad ayudarte a darte cuenta de la oceaneidad, para que puedas estar con las olas? Esa es la clave, esa actitud que aprenden tan bien los que se embarcan en la práctica de la Disciplina del Movimiento Auténtico.

El siguiente paso sería afinar un poco más y preguntarnos: “¿qué es la ansiedad? ¿Qué está pasando realmente si empezamos a presenciarla?»

Lo que vemos cuando afinamos nuestra atención es que hay un bucle. Hay pensamientos ansiosos o de miedo, pensamientos de preocupación. Entonces desencadenan sentimientos en el cuerpo que son biológicamente sentimientos de lucha-huida-congelación: el apretón, la torsión, lo desagradable… que luego estimulan más pensamientos de miedo o pensamientos de ansiedad, y así vamos dando vueltas y vueltas.

Digamos que estás ansioso por una cita de mañana, o algún tipo de viaje de negocios, o por terminar un proyecto a tiempo, o lo que sea, y empiezas a pensar en el futuro y eso hace que la ansiedad se dispare; y no está sólo en tus pensamientos. También está en tu cuerpo; es muy, muy físico.

Cuanto más ocurre, más se convierte en un hábito de ansiedad.

La mayoría de nosotros, en un grado u otro, tenemos un hábito de ansiedad.

Sabemos por la neurociencia que, cuando surge una emoción, su vida suele ser de 1,5 minutos. Pero, ¿cómo es que las emociones se convierten en sistemas meteorológicos que no desaparecen? Por los pensamientos.

Seguimos teniendo los pensamientos que siguen desencadenando los sentimientos, que siguen desencadenando los pensamientos. Así que quedamos atrapados en este bucle.

La novelista Anne Lamott decía en una charla: «Mi mente es mi principal problema casi todo el tiempo. Ojalá pudiera dejarla en la nevera cuando salgo, pero le gusta venir conmigo».

Sabemos que las neuronas que se activan juntas se conectan entre ellas. Este bucle que crea las vías neuronales de lo que llamamos «ansiedad».

Cuando ese hábito está ahí, incluso cuando nada está ostensiblemente mal, nuestros pensamientos son como estos misiles que se ven, que lanzan los cazas en las películas y que buscan el calor: ¡estamos buscando algo de qué preocuparnos!

La razón básica es porque todavía estamos lidiando con el sesgo de negatividad de la supervivencia. Instalado en nosotros hace siglos. Muy bueno para todas las amenazas físicas que había y sobre las que tuvimos que prestar mucha atención porque si no lo hacíamos éramos masacrados y nuestros genes no pasaríamos a la siguiente generación.

Todavía tenemos todo esto actuando. Nos fijamos en lo que va a ir mal, y recordamos lo que va a ir mal, anticipamos lo que va a ir mal, mucho más que las cosas buenas.

Pero lo que es interesante es lo que exacerba eso; como, ¿cómo es que algunos de nosotros tenemos este sesgo de supervivencia, pero nos las arreglamos para, por ejemplo, a través de la meditación, o a través del ejercicio o lo que sea, realmente seguir recordando, «está bien, ahí está el océano y hay espacio para las olas», pero otros de nosotros estamos siendo golpeados por las olas todo el tiempo. ¿Por qué?

Nuestra cultura tiene mucho miedo.

Y aquí es donde volvemos a esa “cultura del TEPT”, y podemos decir que está exacerbado en todos nosotros hasta cierto punto porque nuestra cultura tiene mucho miedo.

Si nos fijamos en las noticias, estamos obsesionados con las malas noticias. Hay tanta sensación de un «otro malo» que de alguna manera va a quitarnos nuestros puestos de trabajo o hacernos daño de alguna manera, que va a venir y arruinar nuestra economía o el otro malo que de alguna manera nos va a violar.

Hay tanta polarización. Y entonces una cultura TEPT se inclina hacia la militancia. De la misma manera que un individuo que tiene TEPT se inclina por la agresión o se cierra en defensa, lo mismo hace una cultura; agrede y construye muros. Esa es una cultura de TEPT.

También está llena de adicción, de velocidad. El monje trapense y teólogo Thomas Merton decia: «La prisa y la presión de la vida moderna son una forma, quizá la más común, de violencia contemporánea. Dejarse llevar por una multitud de preocupaciones conflictivas, rendirse a demasiadas exigencias, comprometerse con demasiados proyectos, querer ayudar a todos y a todo… es sucumbir a la violencia».

Esta es también la enfermedad de la cultura del estrés postraumático: la velocidad y la ansiedad, que nos obligan a correr cada vez más deprisa para tenerlo todo hecho, para hacer lo suficiente, para ser lo bastante buenos.

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