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Todos necesitamos que nos recuerden nuestra bondad

Para despertar nuestro corazón, estamos viendo, en este y en anteriores artículos, los diferentes entrenamientos que podemos proponer a un paciente o practicante de Mindfulness cuando este es acompañado por un psicólogo o Terapeuta Gestalt experto en Mindfulness.

El primer entrenamiento es conscientemente tener ese voto: «Que esto despierte mi corazón, sea lo que sea que esté sucediendo».

Luego, empezar justo donde estamos, estando bien con lo que hay allí. A continuación, aprender a mirar, a ampliar los círculos viendo la bondad y la vulnerabilidad. Y luego, expresarnos desde ese lugar de ver; ver lo que vemos, ver la verdad en otro ser y expresar nuestro amor de la manera que vaya a ser más útil.

Lo que descubrimos, cuando hacemos un proceso de psicoterapia profunda o cuando emprendemos la práctica del Mindfulness, ya sea en alguno de nuestros talleres de Mindfulness o en nuestra consulta individual acompañado por un psicólogo El Prat de Llobregat experto en Mindfulness, es que cada uno de nosotros olvida. Cada uno de nosotros olvida nuestra bondad, y olvida esa ternura que está ahí dentro, y que necesita ser recordada.

Un maestro budista de Vancouver, en Canadá, Brian Dean Williams, explicó en una charla lo que le sucedió en uno de los primeros retiros que impartió hace algunos años, con un chico del retiro que le hizo sentir muy, muy incómodo. Cuenta que este chico llevaba tatuajes nazis de cabezas rapadas y no le gustaba su energía. Brian no podía entender qué hacía allí.

Al final del retiro, se sentó en el comedor para la última comida y este chico se sentó a su lado. Resulta que su nombre es George Burdi ; fundador de un conocido sello discográfico neonazi. Empezaron a hablar de punk porque Brian había estado involucrado en el punk rock, no en el punk rock neonazi, en otro estilo. Brian se seguía preguntando, “¿qué está haciendo él aquí?”.

En la conversación, el chico le dijo que había renunciado al nazismo, que ahora hace tres retiros al año, etcétera. Lo que pasó fue que él fue a la cárcel, y mientras estaba en la cárcel habló con su madre, y ella estaba tan dolida por su encarcelamiento, y por su vida, y por el rumbo de su vida, que se puso a llorar por él. Su llanto y su amor, su percepción de su vulnerabilidad y su bondad, y su amor por él a pesar de todo -dijo él, «Eso es lo que me atrapó. El amor de mi madre«.

Por lo que cuenta, sintió que el amor de su madre derritió la armadura que rodeaba su corazón, simplemente llorando y expresando su amor. George contaba que recibía amenazas de muerte de personas que lo consideraban un traidor. Y Brian contó que encontró su corazón al estar con él… pudo ser testigo exterior de en quién se estaba convirtiendo este chico, y como iba floreciendo para llegar a ser.

Al igual que este chico, y lo que pasó en la cárcel, cada uno de nosotros en diferentes momentos estamos en la prisión del trance. Cada uno de nosotros necesita que se le recuerde. Arne Garborg, un escritor noruego, escribió: «Amar a alguien es aprender la canción de su corazón, y cantársela cuando la ha olvidado«.

Ofrecer y recibir la expresión del amor

En este y anteriores artículos hemos estado respondiendo a diversas preguntas que pueden también hacerse los pacientes de psicoterapia o los alumnos en los talleres de Mindfulness cuando son acompañados por un psicólogo o Terapeuta Gestalt experto en Mindfulness, preguntas como: ¿Cómo ampliamos los círculos? ¿Cómo llegamos a ese lugar dentro de nuestro propio ser donde atendemos y nos hacemos amigos, y cómo lo ampliamos? ¿Cómo nos damos cuenta cuando estamos en trance -como el buen samaritano, o corriendo porque no tenemos tiempo suficiente, o juzgando, o lo que sea- y recordamos esa aspiración: «esto también ¿podría despertar mi corazón?». ¿Cómo empezamos justo donde estamos, con lo que ocurre en nuestro interior, de una manera encarnada? ¿Cómo empezamos a mirarnos unos a otros y a preguntarnos realmente cómo está el otro?

Y, sobre todo: ¿cómo expresamos nuestro amor? Somos muy tímidos al respecto. A mucha, mucha gente, a medida que envejecen, les sucederá algo terrible que sacudirá sus vidas, y habrá una tremenda cantidad de arrepentimiento y remordimiento por no haberlo expresado realmente. Como dijo el poeta Stephen Levine: «Si solo te quedaran tres días de vida, ¿a quién llamarías? ¿Qué le dirías? ¿Y por qué no lo has hecho ya?». Necesitamos ofrecernos ese reflejo, cantar esa canción del alma cuando el otro la ha olvidado. Y necesitamos oírla. También necesitamos dejarla entrar.

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