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Los cuatro principios de la transformación consciente. Recordar quiénes somos.

Hay un acrónimo que los pacientes que acuden a nuestros talleres conocen bien:

RAIN: Reconocer, Permitir, Investigar, Nutrir.

Estos cuatro principios de transformación consciente aúnan la atención plena, el Mindfulness, y la compasión. Y tienen el poder de transformar nuestra relación con las emociones difíciles.

Practicar estos principios puede aportar una consciencia profunda y un despertar espiritual, especialmente en momentos de estrés. Es una meditación aplicada al día a día que puede devolverte a la presencia. Puede devolverte la inteligencia, la creatividad y el contacto con un corazón bondadoso.

Comenzaremos esta serie de artículos viendo cómo R.A.I.N. aborda un ámbito muy central del sufrimiento.

Y ese es el sufrimiento de la aversión a uno mismo, el odio a uno mismo, la vergüenza, los sentimientos del “mal yo”.

En otros artículos veremos el miedo, la ira, y también el culpar a los demás, y cómo R.A.I.N. puede cultivar una compasión sin límites.

A modo de presentación de R.A.I.N. te comparto la historia de una enorme estatua de arcilla de Buda situada al norte de Sukhothai, la antigua capital de Tailandia. Esta estatua levaba allí siglos. No era la estatua más hermosa, no era particularmente refinada, pero era venerada localmente por su poder de permanencia. Y sobrevivió a grandes tormentas, ejércitos invasores y muchos cambios de gobierno.

En la década de 1950 empezó a resquebrajarse y, debido al tiempo caluroso y seco, una grieta era lo suficientemente ancha como para que un monje pudiera coger su linterna y asomarse a ella. Y lo que le devolvió el resplandor fue un destello de oro brillante.

Entonces, cuando él y otros monjes miraron en las otras grietas, descubrieron que dentro de la estatua, dentro de esas cubiertas, había una de las mayores y más luminosas imágenes de oro de Buda jamás creadas en el Sudeste Asiático.

Los monjes creían que esta obra de arte había sido cubierta con el yeso y la arcilla para protegerla de cualquier daño durante los periodos de conflicto y agitación.

De forma parecida, los humanos nos enfrentamos a dificultades y cubrimos nuestra pureza innata con nuestras defensas, nuestras formas de protegernos, olvidando así nuestra naturaleza esencial.

Sufrimos porque olvidamos quiénes somos.

Sufrimos porque olvidamos quiénes somos. Pensamos que somos las cubiertas, nuestra personalidad, nuestro yo-ego, y olvidamos el oro. Y cuando nos identificamos estrechamente y olvidamos la verdad de lo que somos, tendemos a juzgarnos y a no gustarnos.

Y del mismo modo, cuando miramos a los demás, sólo vemos las cubiertas. Tampoco vemos el oro que hay en ellos.

Los psicólogos El Prat de Llobregat, los Terapeutas Gestalt expertos en Mindfulness que imparten nuestros talleres de Mindfulness han visto en centenares y centenares de pacientes que el sufrimiento más profundo que experimentan las personas es la aversión a sí mismas, la sensación de que su cuerpo, su mente o su personalidad son defectuosos, malos o deficientes.

Y con esa sensación de deficiencia viene el miedo al fracaso personal, la intolerancia a cometer errores, la necesidad de probarnos a nosotros mismos. E incluso cuando no nos juzgamos conscientemente, subyace la sensación de quedarnos cortos, de no ser nunca suficientes.

Hay un chiste hecho dibujo animado de un perro que le cuenta sus problemas a su psicoterapeuta y le dice: «Siempre es buen perro esto y buen perro lo otro, pero ¿alguna vez me dirá magnífico perro?».

Sabemos que los sentimientos de deficiencia pueden aparecer en todos los ámbitos. Ya sea en el trabajo o en nuestras relaciones, como padres, en un camino espiritual.

Cuando en los talleres de Mindfulness pregunta el psicólogo online a la gente cuántos creen que se juzgan demasiado, la mayoría levanta la mano.

La mayoría sabemos que nos juzgamos demasiado.

Pero de lo que a menudo no se da cuenta la gente es de cuántos momentos de su vida están marcados por el miedo a fracasar. Este sentimiento de deficiencia crónica.

Es por eso lo llamamos el trance de la indignidad. Es un trance. Que, es como un sueño. Un trance significa que estamos viviendo en una experiencia confinada, distorsionada, constreñida. Vivimos dentro de creencias muy limitantes sobre nosotros mismos y eso nos aísla de una realidad mayor.

Un alumno de uno de nuestros talleres contó que estaba sentada con su madre mientras ésta agonizaba. Y las últimas palabras de su madre fueron: «Toda mi vida he pensado que me pasaba algo». Eso fue lo que dijo y luego cerró los ojos y murió. Y para este hombre fue como un regalo de muerte porque se dio cuenta de que no tiene por qué ser así.

No tenemos que pasar por nuestros momentos vitales con esa sensación de fondo de quedarnos cortos.

Corteza

Tenemos que reconocer que en realidad estamos en trance gran parte del tiempo.

Pero lo primero es que tenemos que reconocer que en realidad estamos en trance gran parte del tiempo. Tenemos que reconocer como ese trasfondo de “algo está mal conmigo”. Ese trasfondo está ahí.

Y si investigas las emociones difíciles, si sientes depresión o ansiedad o dolor, lo que encontrarás es que junto con ellas viene una especie de aversión hacia nuestra vida interior.

No es sólo estoy deprimido. Es que estoy deprimido y no me gusta mi yo deprimido. No es sólo que estemos ansiosos. Es que estoy ansioso, y no me gusta mi yo ansioso.

Y las verdades fundamentales, las verdades más fundamentales, son las que olvidamos.

Y una de ellas es que no podemos ser felices, no podemos amar la vida si nos volvemos contra nosotros mismos, si estamos en guerra con nosotros mismos.

Muchos se preguntan: «¿Por qué es un sufrimiento tan generalizado? ¿Cómo es que tantos de nosotros estamos atrapados en el autojuicio?».

A nivel existencial, el principal estado de ánimo de un yo separado es el miedo. Si percibimos separación, vamos a sentir miedo. Hay una sensación de que algo va mal o de que algo está a punto de ir mal, de que estamos amenazados.

Para los humanos, con nuestra mente pensante y nuestra conciencia de nosotros mismos, esa sensación de que algo va mal se convierte muy rápidamente en «estoy equivocado».

Hacemos ese cambio muy rápidamente. Un buen ejemplo es, y esto es algo demostrado en la investigación, es que los niños pequeños que son víctimas de incesto o abuso físico piensan que es su culpa. Piensan que hicieron algo malo para causarlo.

Fijarse en las deficiencias personales tiene sentido desde una perspectiva evolutiva.

Durante millones de años, los humanos hemos vivido en pequeños grupos y la cooperación era esencial para la supervivencia del grupo. Así que la vergüenza, la emoción de la vergüenza, es una señal muy dolorosa que nos motiva a adaptar nuestro comportamiento y cumplir las normas del grupo. La vergüenza viene acompañada del miedo a ser expulsado o rechazado. Es lo peor que le puede pasar a un animal social. Es como la muerte.

Así que, aunque la mayor parte de la vergüenza ya no es adaptativa, somos lentos en salir de estos millones de años de evolución y el trance de la indignidad es omnipresente hoy en día.

Crónicamente, sentimos que no cumplimos las normas, que nos quedamos cortos y que nos van a rechazar de alguna manera.

Nos fijamos en los estándares que nos rodean

Así que nos fijamos en los estándares que nos rodean. Debería tener un aspecto determinado. Debería tener un cierto tipo de cuerpo. Y como sabemos, miles y miles de millones de euros se gastan en cirugía estética, en dietas para tratar de cumplir con esos estándares.

No queremos avergonzarnos de nosotros mismos.

Queremos urgentemente cumplir con los estándares de inteligencia, de popularidad, de éxito en los negocios. Incluso en la vida espiritual, hay normas que cumplir. Tratamos de ser un cierto tipo de persona.

Hay un ensayo bastante famoso sobre este tema.

Si puedes sentarte tranquilamente después de una noticia difícil, si en las recesiones financieras te mantienes perfectamente tranquilo, si puedes ver a tus vecinos viajar a lugares fantásticos sin una punzada de celos, si puedes comer felizmente lo que te pongan en el plato y quedarte dormido después de un día de correr sin una bebida o una pastilla, si puedes encontrar la satisfacción justo donde estás… probablemente eres un perro.

Tenemos unos estándares que cumplir e inevitablemente sentimos que nos quedamos cortos, que somos deficientes.

Y los mensajeros clave que invocan la vergüenza e invocan nuestra auto aversión en realidad son nuestra familia y nuestros cuidadores.

Recibimos el mensaje de trabajar más, rendir más, no ser tan necesitados y sensibles, parecer más atractivos.

Recibimos estos mensajes a través de nuestros cuidadores, pero en realidad es la sociedad la que establece esos estándares.

Si miramos en profundidad, estamos pensando los pensamientos de la sociedad. Y la sociedad nos da las normas y, de una manera muy profunda, refuerza los sistemas de reparto: sentimientos de superioridad o inferioridad basados en la clase, o la raza, o la etnia, o el género. Y eso amplifica el trance de la indignidad para muchísimas personas.

Así pues, la aversión volcada hacia el interior es una de las expresiones más fundamentales del sufrimiento humano. Oscurece nuestra verdadera naturaleza, nos impide ver el oro, la bondad en nosotros mismos y en los demás.

La profunda indagación que os invito a hacer es ¿qué nos ayuda a recordar y confiar en el oro, en nuestra verdadera naturaleza? ¿Qué nos ayuda?

Y aquí es donde entra en juego la práctica del Mindfulness, el entrenamiento de nuestra conciencia.

Y, en particular, donde aplicaremos la meditación R.A.I.N.

De nuevo, R.A.I.N. son los cuatro principios de atención plena y compasión que podrás aplicar a cualquier situación que provoque reactividad emocional.

Ya sea el trance de la indignidad o el miedo o el dolor o la ira.

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